miércoles, 20 de marzo de 2013

Somos libres


El camino del crecimiento espiritual te permitirá encontrar una verdad que te parecerá asombrosa y abrumadora al mismo tiempo, saber que eres libre más allá de todo lo que imaginas y conoces. Cuando la descubres, no es extraño que ruede alguna lágrima de alegría de tus ojos. Me imagino que debe sentirse algo así como el día en que alguien es liberado después de un largo tiempo de prisión. Este descubrimiento cambia toda la perspectiva que tenias hasta ese momento y



 esa nueva visión del mundo y de ti, tan distinta, te puede resultar entusiasta y temerosa al mismo tiempo. ¿Qué puedes hacer con esa inmensa libertad en tus manos?

Antes de darte cuenta del grado de libertad a la que tienes derecho, ni siquiera adviertes que eres prisionero. Dentro de tu ceguera, crees que eres libre, pero en realidad solo estas siguiendo una estructura que fue incorporada por otros en ti, un condicionamiento que luego crees que es tuyo propio. No alcanzas a darte cuenta cuándo estas eligiendo en conciencia y cuando estas eligiendo de acuerdo  a ese condicionamiento.

Cuando aun no te das cuenta de lo libre que eres, las consecuencias se dejan ver, en lo que pides a los demás. Crees que los demás tampoco son libres, crees que ellos tendrían que hacer ciertas cosas y dejar de hacer otras, crees que deben responderte de cierta manera, en general, crees que tendrían que comportarse dentro de unos parámetros determinados, crees que tienen que ajustarse a una manera que tu consideras adecuada.
Si esperas que los demás se sometan a un molde establecido, estas creyendo internamente que tú ya cumples con ese molde, o sea, ya te estás considerando un prisionero que tiene que cumplir ciertas reglas. No adviertes que esas reglas son los barrotes de tu prisión, porque crees que son tus propios valores, confundes tus valores con los barrotes de tu prisión.

Tus valores pueden regir tu vida y eso será maravilloso, pero tus valores impuestos en otra persona se convierten  en una cárcel que encierra a los demás. Cuando quieres encerrar a otros en esa  prisión, entonces demuestras que no te sientes libre, porque crees que nadie tiene derecho a ser libre de hacer lo que quiere y pretendes  restringir su derecho a moverse, pensar, sentir y actuar en plena libertad.

Cuando tus valores rigen tu vida sabiendo que los demás también son libres para regirse por los suyos, entonces estas demostrando que te sientes libre y que estas viviendo la dicha de tu libertad. Tu libertad se experimenta solo después de dejar a todos en libertad. Puedes querer ayudar, colaborar, invitar a un cambio, pero no puedes aprisionar a nadie en tus ideales personales. Ni siquiera a tus hijos, tu pareja, tus padres, amigos, en definitiva, a nadie.

Esta libertad es tan abismante, que por momentos te parece imposible. ¿Cómo se puede vivir en ese grado de libertad? Solo puedes disfrutar tu libertad y la de los demás cuando tienes clara la guía hacia el bien. Seguramente por eso esta verdad se va develando frente a nuestros ojos solo cuando hemos avanzado lo suficiente en nuestro conocimiento espiritual.  Necesitamos estar bien firmes y equilibrados para hacer uso de ella en conformidad con las leyes naturales para movernos hacia el bien. Tu libertad no tiene otra finalidad que brindarte felicidad y si aun no sabes qué es lo que te conviene para ser feliz, no puedes tener acceso a ella en plenitud.

Para que puedas disfrutar de tu inmensa libertad,  tendrás que aprender a reconocer primero qué es lo que te hace bien y luego aceptar que ese bien te pertenece por derecho. No es necesario pedir al universo tu bien, solo necesitas reconocer que ya te fue dado y aceptarlo. Cuando no puedes reconocer que ya lo tienes todo, lo pides, pensando  que tiene que ser creado y suministrado. Cuando sabes que ya está y que solo tienes que reconocerlo, lo aceptas para obtenerlo.

Generalmente pedimos nuestro bien, para que llegue, para que alguien nos lo traiga frente a nosotros. Muchas veces esa llegada tarda mucho y luego del suficiente tiempo de privación, comenzamos a pedirlo con desesperación. Mientras más tiempo, mas desesperación y mas alejamiento generamos de nuestro bien.

Si te dieras cuenta de que todo es tuyo, de que tienes la libertad para tenerlo todo, no tardarías en obtenerlo. Pero ni siquiera sabes que ya es tuyo, no sabes que el universo solo desea darte todo lo bueno, tienes miedo de pedir y tienes miedo de aceptar. Tienes temor a que todo lo que es tuyo te sea otorgado.

Cuando no te sientes libre, crees estar en una prisión y no te atreves a pedir tu libertad porque estimas que el carcelero te la negará. 

Cuando comienzas a visualizar que tu prisión no es real, te asombras y no sabes ni siquiera a dónde ir, ni qué hacer. Puedes pensar que estabas mas a salvo dentro de tu prisión, al menos eso era conocido y tenías asegurado cierto bienestar. Ahora, fuera de tu prisión eres responsable de ti, responsable de obtener lo que necesitas y el miedo te puede alcanzar. Ya no recuerdas qué es volar con tus propias alas.

Cuando recuerdas que has sido libe siempre y que tu prisión era solo un sueño, recién comienzas a disfrutar de todo lo que te pertenece y puedes dejar en libertad a todo aquel que te rodee. También anhelas que los demás puedan volar con sus propias alas, especialmente si se trata de tus hijos, de tu pareja, de tu familia y de todos tus hermanos en el amor.

Debido a que el amor es libertad, ayudaras a que los demás eleven sus alas y les bendecirás mientras tú también elevas las tuyas. Respetas el libre albedrio de todos, tal como Dios respeta el tuyo.

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Patricia González.

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