En muchas ocasiones en la vida nos
encontramos frente a sucesos o imprevistos donde no nos queda más remedio que aceptar.
Sin duda que hay acontecimientos que no tienen vuelta atrás, por mucho que así
lo deseemos, tal como sucede con la partida de un ser querido, donde nuestras
únicas alternativas son aceptar su partida e iniciar nuestra existencia sin su
presencia. No obstante, existe otro tipo
de instancias en que sí podemos participar activamente para remediar e incluso
revertir la situación.
Por lo general no estamos tan conscientes
para reconocer que cada suceso en nuestra vida es producto de nuestra propia
elección y participación. Debido a esto, tenemos la tendencia a enfrentar
situaciones complicadas con un sentimiento de victimas, donde hacemos una
distancia entre lo que nos sucede y nuestra participación directa en su
creación. Como consecuencia de esta tendencia, recibimos los golpes de la vida
como si fuera ella quien nos golpea, en vez de sentarnos serenos a contemplar cómo
fue que creamos eso.
Cuando enfrentamos situaciones
complicadas, en la perfecta claridad de que somos nosotros mismos los creadores
de semejantes efectos en el holograma, se puede instalar una gran sonrisa en
nuestro rostro o al menos una gran expresión de sorpresa al visualizar el desastre que hemos creado,
en vez de deprimirnos, llorar y desesperar. En este sentido, es muy valorable y
sano aceptar que hemos errado en el mecanismo de creación que teníamos como
intención original para crear un resultado agradable y que debido a nuestra
inexperiencia o bloqueo, ha resultado ser desagradable. Esto puede aplicarse a
malas calificaciones escolares, malas relaciones, una enfermedad, un trabajo
que no prospera, fracaso en los negocios, una compra o un servicio inadecuado,
un asalto, un accidente y tantas otras situaciones. La forma de medida de
nuestro acierto al crear se basa en lo agradable o desagradable que se siente
el resultado de nuestra iniciativa.
Cuando las cosas no nos han resultado
agradables o cuando han resultado contrarias a lo que queríamos obtener, se ha
producido lo que comúnmente llamamos fracaso. Una palabra muy mal mirada y con
baja reputación, de la que nadie quisiera nunca hacerse acreedor. Sin embargo,
el fracaso, que significa: malogro, resultado adverso, suceso lastimoso,
inapropiado y funesto, caída o ruina de algo estrépito y rompimiento, es en
realidad la primera parte de cualquier proceso de creación en esta dimensión.
Aceptar que esto es natural es de mucha importancia y aceptarlo con amor es
vital. Tenemos la inclinación a creer que un fracaso es sinónimo de
frustración, en el sentido de que extrapolamos un fracaso con la idea de dejar
sin efecto un propósito contra la intención de quien procuraba realizar cierta
acción o lograr un objetivo.
Aceptar el fracaso o una situación no
deseada, tiene por finalidad reponer la mirada sobre este suceso para
refrescarse y replantear los nuevos mecanismos de creación. La aceptación no es
lo mismo que el resignarse, ya que la resignación anula la posibilidad de un
nuevo intento, dejando la posibilidad de crecimiento detenida. Estancar la
posibilidad de crecimiento es solo una suspensión temporal de la tarea para
otro momento de la vida o hasta que resulte ser aun más grande y más dolorosa y
vernos presionados a avanzar. Hay personas que pierden la cordura para
desaparecer del escenario que pueden volver a encontrar tal cual en otra vida. La
evolución requiere que avancemos y nos invitará a crecer. Podemos elegir
hacerlo disfrutando o sufriendo, fluyendo o resistiéndonos al camino. Cada
aceptación es un descanso y un fluir con la energía a nuestro favor que nos
revitaliza.
Para disfrutar del camino no
necesitamos que todo nos resulte perfecto. Para disfrutar del camino es
necesario aceptar los resultados tal cual como son y que esta aceptación sea
total, o sea, sin queja ninguna. Si nos quejamos y reclamamos al cielo por
nuestras propias creaciones que catalogamos como desfavorables, hacemos un
ataque contra nosotros mismos. Además de ser inútil, es absolutamente fuera de
lugar. Esta acción roba energía vital y nos deja fuera del campo de juego.
Los grandes espiritualistas nos dicen
muy a menudo que es saludable la aceptación total de todo lo que nos sucede. Sin
embargo, no se trata de una solicitud de resignación y paralización, el
universo no conoce lo estancado. La finalidad de este proceder es encontrar la
paz interior suficiente para replantear nuestra solicitud y volver a trazar los
requerimientos en forma más precisa, más detallada y más acertada. No se trata
de renunciar a nuestro bien, se trata de centrar nuestra energía creadora con
mayor exactitud para volver a intentar el logro de nuestra anhelada, preciada y
merecida meta. Si Dios desea nuestro
bien ¿por qué habremos de conformarnos con menos? ¿Por qué tendríamos que bajar
los brazos y sentir que es mucho pedir?
Demasiadas veces no estamos de
acuerdo ni estamos receptivos con nuestro amado Padre para recibir sus
bendiciones y preferimos aceptar condiciones precarias, negativas o dolorosas
pensando que esa es su voluntad. La única voluntad de nuestro creador es que
disfrutemos de la existencia. Esta es una verdad que se encuentra bastante poco
consciente en nuestro interior aun. Generalmente, pensamos que hemos sido
creados de la nada y que un Dios que está allá lejos, puede hacernos el favor
de darnos algo de lo que necesitamos. Sentimos que debemos tener cuidado de no
pedir mucho porque eso significaría que
somos unos interesados, egoístas y egocéntricos. Entonces pedimos poco,
temerosos de su juicio y temerosos de perder la poca confianza que aun nos
tiene, evitando correr el riesgo de perder lo que antes ya nos había dado por
ambiciosos. Muy fácilmente olvidamos que nuestro Padre es rico y que toda su
herencia nos pertenece. No es necesario resignarse, conformarse, ni
restringirse de pedir lo que anhelamos y necesitamos. Eso solo es necesario
para volver a enfocarse llenos de energía y entusiasmo, tal como lo haría un
niño que acepta con tanta naturalidad el derrumbe de su castillo de arena por
las olas del mar y que más tarde vuelve a levantar.
Todo aquel que persigue un objetivo
claro y está confiado en que posee las habilidades otorgadas por la naturaleza,
lo consigue. Buda renunció a todo deseo menos uno; alcanzar la iluminación. Y dijo
que cualquiera de nosotros lo puede lograr. Si aun estamos pidiendo cosas es
porque aun no confiamos que estén dispuestas y disponibles para nosotros. Pedir
y obtener será el trampolín para llegar a la certeza de que todo nos pertenece
por derecho divino. Luego de alcanzar ese entendimiento no será necesario
pedir, pues, lo obtendremos todo sin hacer nada.
De momento, es necesario pedir y comprobar
que llega. De esta manera sabremos que somos todo lo que existe, que el
universo es un proveedor inagotable de todo lo que necesitamos y de lo que aun
nos resulta inimaginable tener.
Patricia González
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